—¿Cuánto hemos aprendido en 40 años?
—Hubo distintas fases: una muy grande de descreimiento de que todo esto había sucedido en este país, de que todo este horror y más que horror una situación de genocidio, no era posible. Si bien incluso antes de la democracia la gente no estaba sabiendo, ese no estar sabiendo también iba alrededor de una situación de no querer saber. Nosotros nos encontramos muchos años después dando talleres respecto de la memoria, diciendo que la gente tenía que volver a su casa y preguntar si alguien sabía lo que había sucedido y la sorpresa era que primero nadie había hablado del tema y, segundo, que todos conocían a alguien que estaba desaparecido o alguien que había estado preso o alguien que había estado echado. Entonces, era una situación que se guardaba, pero también había algo de “a mí no me tocaba”. La Teoría de los Dos Demonios entró mucho; pero más allá de eso me parece que es “por algo habrá sido”, “algo habrán hecho”, esto que se difundió tanto durante la dictadura. Siempre digo que nosotros debemos tener más huellas de las que nos damos cuenta hoy como sociedad. Y esto no es apocalíptico sino que estoy haciendo un cuadro de descripción. Hoy la meritocracia está bastante más pública entre nosotros, más que la construcción solidaria, que es mucho más complicada, que necesita muchísimo más despliegue. Entre el individuo y el colectivo hay como un abismo. Y en algún punto, en términos generales, estamos dispuestos a volver rápidamente.
—¿Cuándo se empezó a tomar conciencia de lo que había sucedido?
—Yo decía durante la dictadura, lo decía en ese momento, por eso me acuerdo, que la sociedad tenía movimientos espasmódicos. Un día decía: ¡qué horror con la Junta! Y al otro día se olvidaba, como si lo de la Junta fuera un episodio de horror personal sobre las víctimas, y no fuera una manera de mirar a la juventud, a la sociedad, al otro, al país. Yo desconfiaba de esos movimientos tan espasmódicos. Acá hubo un momento de quiebre político y social, para mí, muy fuerte. Nosotras estábamos presas. Ese momento fue cuando vino la CIDH (Comisión Interamericana de Derechos Humanos). Fue la primera vez que se vieron las filas de familiares en la calle, denunciando, más la presencia de los medios internacionales. En ese momento hubo un despertar social. Otro momento fue el Juicio a las Juntas. Y yo reivindico mucho la lucha de los organismos, ha sido fundamental en mantener viva la memoria.
—¿Están creadas las condiciones para que el terrorismo de Estado no vuelva a ser una posibilidad?
—Esto es mucho más que onomástico, mucho más que las epifanías de la fecha. Si bien las epifanías de las fechas una las tiene que plantar, esto es un modo de vivir, el de la memoria, el de la historia. Hay un Nunca Más que es una construcción permanente. No es un momento. Nosotros sabemos que ese Nunca Más en la medida que tenga una densidad de contenido, será varios Nunca Más: nunca más hacia el desinterés, nunca más hacia el descompromiso, nunca más hacia el avasallamiento del otro. Me parece que en el principio de la democracia hubo una gran idea de participación que en algunos términos tampoco pasó de eso. Nosotros tenemos una construcción democrática mucho después y aún nos debemos una construcción democrática como modo de vernos. Aún hoy, y si vemos hoy con los fondos buitres, son maneras que no tienen que ver con este otro que es un sujeto político, histórico y social que habita el mismo territorio, que empuja hacia un futuro. Siempre me preocupó y siempre trabajé cómo el sistema educativo es foco de difusión de esto. Y ahí encontramos muchos inconvenientes. Primero aprendimos mucho del Holocausto. Del Holocausto se comenzó a hablar 30 años después. Y nosotros también comenzamos a hablar 30 años después. Nosotros como sociedad, tuvimos un tiempo de silencio de 30 años.
—¿Que coincidió con la reapertura de los juicios?
—Yo respecto de los juicios tengo una postura que me la da el encuentro con las generaciones jóvenes. El hecho de lo que implica el encuentro con la ley, el ordenador que implica la Justicia en este país y también que hay cosas que si sucedían ahí, resulta que eran verdad. Desde mi perspectiva los juicios nos ayudaron un montonazo a poner en orden no solo la Teoría de los Dos Demonios, sino que esto había sucedido, en la densidad que había sucedido, y que había una ley y una sociedad que culpabilizaba a un sector. Entender el Estado terrorista, que había un terror en el Estado, es como una abstracción muy grande, uno puede decirla en términos de transmisión, pero es muy difícil, y a mí me parece que toda esa parte los juicios la vienen a ordenar. Yo en ese sentido me parece que fueron y son una gran oportunidad para la enseñanza, para la transmisión, para tender lo que pasó.
La batalla cultural
—Estamos en presencia de discursos, que proliferan por ejemplo en las redes sociales, que estigmatizan, que discriminan, que expresan intolerancia ¿Esto puede conspirar contra la posibilidad del Nunca Más?
—Lo que me parece que conspira es el nivel de discriminación, sobre lo cual no hemos avanzado lo suficiente. Cuando el otro es una fuente de sospecha o una fuente de amenaza, una fuente de amenaza económica, política, social, me parece que en esa parte no hemos avanzado. En esta sociedad molesta que la empleada doméstica se compre el aire acondicionado, que se compre el mismo pantalón que tu hija. Ligo esto a la meritocracia y la solidaridad. Hay una parte de la estratificación social que la tenemos muy instalada en nuestro sentido común. Esa estratificación no se debe a la condición humana, sino que se debe a la condición económica. Antes del 76 decíamos que esta sociedad era tan discriminatoria que había inventado los cabecitas negras, como para tener a quien discriminar. Y eso es una situación en la que se ha avanzado mucho pero que se mantiene latente y es una batalla cultural muy importante. Lo digo ubicándome en el lugar de educadora, de ciudadana, en el lugar de hacerme cargo.
—En la escuela o en la universidad se puede hablar de estos temas, pero cuando el estudiante sale a la calle se encuentra con una sociedad que le habla en otro idioma. Es una batalla desigual.
—Absolutamente. Absolutamente desigual. Hay que hablar con los jóvenes de una cuestión no lejana sino próxima. Esto de los 40 años no es un hecho que recordamos, sino una situación más próxima a los jóvenes, esa proximidad tiene cara, tiene piel. También es cierto, tomando el Holocausto como punto madre, que hay un punto de la repetición que también tuvo que ver con la familiarización. Por ejemplo, si ves cuál es el punto que los jóvenes toman más, tiene que ver con los bebés nacidos en cautiverio. Hay una proximidad etaria que hace una empatía. Por otro lado, el otro día escuchaba a un compañero historiador que decía que si por algo había ganado Macri es porque le hablaba a una utopía individual de la gente, tan personal que no entraba ni el barrio. Nosotros siempre hemos tenido un discurso exactamente al contrario: vos estás bien en la medida que los demás están bien. Es una situación mucho más colectiva, no hemos visto a los sujetos por fuera del conjunto. Esta apelación de la diferenciación es un discurso muy importante que no ha sido superado. Es un punto complicado pero hace a un mundo simbólico que permanece ahí, me parece incluso lo más difícil.
—¿Te sorprendió que haya ganado Macri?
—Yo pensé que iba a ganar Scioli. Me parecía y me parece lo de Macri, demasiado vacío. Creo que nosotros tuvimos las clases de política más interesantes con Cristina en sus discursos, como nadie se ha dedicado a desplegar política internacional, económica; pero eso tuvo un nivel de obturación muy severo. Esa no escucha fue muy severa, hoy incluso me parece que la gente no está escuchando lo que pasa, hay como una disociación entre ese individuo y ese colectivo. La gente te dice: “No, lo que pasa es que estos robaron todo”. Mientras nosotros dormimos, todos los grupos de poder duplican sus ganancias por determinadas leyes que los benefician, por determinadas situaciones, y eso no causa preocupación. Preocupación causaba que una cantidad de pobres tuvieran una tarjeta del Banco Nación para ir a buscar una beca, que son los que molestaban en el banco, para ir a estudiar. Ellos tienen un nivel de visibilidad. Ahora, que todos los grupos concentren, desde los alimentos a los libros, no lo ves tangible porque no estás inmerso en ese mundo; pero es tan tangible como el efecto del día siguiente, sobre los costos, sobre la manera de pensar y demás.
—A pesar de todo este panorama que es bastante desalentador, ¿cómo hacemos para ser optimistas?
—Yo estoy haciendo una mirada crítica. En este proceso, dentro de los 40 años, obviamente que hubo cosas sobre las que no se retrocede. Y hubo cosas en que aparentemente se puede retroceder pero que significaría una situación determinada. En lo que yo trabajo, es alto el optimismo, en conocimiento, conciencia, actuación. Considero que hay un caudal de producción colectiva, investigación, materiales que por más que ganó Macri ni se murieron ni pasaron a la hoguera. Sino que son una cantidad de situaciones en las cuales tenemos que continuar actuando como una sociedad democrática y no actuando como una sociedad autoritaria. Creo en la persistencia de los organismos, en la propia marcha del 24 tengo mucha confianza y en todos los actos de los 40 años. Me parece que a nivel nacional y a nivel mundial no es una epifanía, no es un recuerdo nostálgico sino que significa una situación concreta. Este no es un momento de los derechos humanos en el cual haya un empuje fuerte, sino que uno puede hacer cosas dejando hacer. Vos fijate que hay programas que no pudieron desmantelar rápidamente y eso habla de una consolidación. Todo esto también habla de que hay una apropiación del capital cultural que está planteado. La escuela es el lugar donde esto se tiene que preservar y difundir.
El rol de los organismos
En varios pasajes de la entrevista, Badano resaltó el papel de los organismos de derechos humanos a lo largo de cuatro décadas en la construcción de una sociedad democrática y en la toma de conciencia sobre lo que significó la dictadura: “Hay muchas cosas en que se avanzó una cantidad. En la base de ese avance están los organismos, como una constante, con mayores o menores niveles de peleas internas, de situaciones irresueltas, de batallas entre sí planteadas; pero hubo alguien que perseveró, mantuvo y supo hacía dónde había que ir, no porque tuviera una clarividencia, sino porque lo iba resolviendo: que esto había que mantenerlo vivo, que había que juntar datos sobre esto, que había que hacerlo público, que había que difundir la situación de genocidas. Cada uno cumplió su papel, como lo cumplió Hijos en su momento cuando apareció, con otro punto epocal y político, como fue por ejemplo el tema del escrache. Hay en ese espacio social de construcción diferentes cosas. También nos volvimos un fetiche en un momento. Pero a mí me parece que socialmente se logró salir de una indiferencia a unas primeras cuestiones de sensibilidad, de conciencia, en términos globales. No somos lo mismo del 83, no somos lo mismo del 85, ni somos lo mismo del 90, así nos hayan pasado situaciones en las cuales los proyectos neoliberales individuales hayan significado retrocesos”.
Entre el gusto a poco y compartir la mochila
Rosario Badano es una de las testigos-víctimas de la causa Área Paraná, que engloba 52 casos de violaciones a los derechos humanos cometidos en la capital entrerriana y alrededores durante la última dictadura. El proceso, plagado de chicanas dilatorias de los defensores, tramitó durante más de una década hasta que el 23 de diciembre el juez Leandro Ríos dictó sentencia y condenó a los siete imputados penas mayoritariamente bajas.
—¿Pudiste procesar la sentencia?
—Yo declaré en el año 76 y denuncié mis torturas. Así que date cuenta; no sé cuántas veces habré declarado ¡30 veces! Y con las últimas declaraciones había gente que se me acercaba y me decía que no conocía las cosas que sucedían. Para que te des una idea: habían pasado cerca de 40 años, seguíamos diciendo lo mismo, pero ya no éramos los locos malos, sino que eso tenía otra inscripción social. La situación de la declaración, del reconocimiento de los lugares de tortura, fue dando como un estado de certeza de que esto también ocurrió acá, porque esto no es que ocurrió sólo en la ex-Esma o en El Olimpo, sino que también ocurrió acá, en Concordia, en Jujuy. Siempre intentamos mirar pequeño a lo nuestro al lado de otro. Pero armar esa trama de juicios, de puesta a punto de la declaración y de volver a exponer a mí me parece un hecho de construcción ciudadana sumamente interesante y sumamente valioso. Por otro lado, tuvimos muchos jueces distintos. Y también tuvimos acá todos los tropiezos que la Justicia puede dar para demorar. Algunos (imputados) se fueron muriendo, porque la propia situación apostaba a eso, a que estuvieran viejos o que no estuvieran. Y el hecho de llegar a la sentencia, si bien no conformó en los puntos de vista personal y político globales, significó algo. Y ese algo que significó también continúa, porque hoy se apela, hoy sigue en esos canales, no es que terminó en este punto. A su vez a mí me parece que la sentencia significó un compartir una mochila muy pesada, muy pesada. Y significó compartir el hecho de las declaraciones, el hecho de la espera, el hecho de la sentencia. Alguien decía que si algo muestra la sentencia es que todo lo declarado no fue un invento, que todo lo que sucedió, sucedió. Y parece banal o precario eso pero es sustantivo. Desde esa perspectiva, yo la reivindico. Desde el punto de vista personal y como grupo de expresos, queda con gusto a poco, con gusto a no estar a la altura de las circunstancias, con mirar siempre para abajo y no para adelante, pero eso se irá planteando en otras instancias.
Fuente: Diario Uno